Mi primera vez con López Obrador

Andrés Manuel López Obrador le ha dado a una buena parte del pueblo mexicano, algo que le hacía falta: un héroe; pero todos los héroes tienen su parte mitológica.

Por: Guillermo Castillo

24 de enero de 2019. 11:24 de la noche. Hace unas cinco horas regresé de la primera gira de Andrés Manuel López Obrador por Puebla. Llegó al municipio de Huauchinango, enclavado en la Sierra Norte del estado, a ofrecer los programas de su administración.

Es la primera vez que lo veo y que soy testigo presencial de las multitudes que puede atraer sin acarreo, al menos no uno visible y de las pasiones que es capaz de despertar, ya sean para él o para otros, que soy escucha directo de aquel discurso que tanto enamora a miles de mexicanos.

Tenía expectativa, sí y mucha, para entender de primera mano qué hace que mucha gente quiera seguirlo fiel y ciegamente, sin cuestionar una sola de sus acciones, sin preguntarse nada. El resultado no ha sido el que esperaba y trataré de explicarlo brevemente:

López Obrador es el tercer presidente que me toca cubrir como reportero, en aproximadamente 11 años de carrera. Oí de primera mano a Felipe Calderón, a Enrique Peña Nieto y a él. Uno de derecha, otro de centro y uno más de izquierda ¡Vaya abanico!

En resumen: El primero, sin duda, era el más impopular, muy sin chiste, vamos; Peña Nieto, como quiera que sea, era el presidente de las selfies, pero su discurso era tan plano que no encendía y López Obrador, hay que reconocer que apenas pone un pie, lo mencionan y la gente prácticamente se desmaya.

Al oírlo por cerca de 50 minutos con un oído ciertamente escéptico luego de cientos de discursos políticos en mi haber y observarlo aferrado a su atril, con sus clásicas pausas, llego a la conclusión de que su máximo logro es haberle dado al golpeado pueblo mexicano, un héroe, un caudillo.

Él mismo se asume así, como aquel que ha venido a cambiar con un plumazo todo lo malo para generar una sinergia de cercanía, paz, transparencia, bondad, legalidad y con ello, bienestar. También es capaz de encrispar los odios contra los que él mismo señaló casi como enemigos de la nación.

“Yo no me divorcio del pueblo, voy a estar siempre con ustedes”, sostiene; pero su comunicación corporal y la logística de su personal, que ha cuidado que las vallas hagan su trabajo, salvo por un “improvisado”, que no ha tenido necesidad alguna de saltar ni colarse, sino que tenía su lugar, casualmente, en primera fila para entregar su petición al presidente.

Muchos dicen que tiene carisma; pero tengo duda de calificarlo como tal; en realidad, lo que hace es capitalizar lo que la gente quiere oír, como todos los políticos y decirlo –muchas veces– a rajatabla.

Eso es poco usual y levanta pasiones. Guardadas las comparaciones, me recuerda los discursos políticos de Donald Trump, en Estados Unidos o de Nicolás Maduro y otros en Sudamérica: son lo que sus electores quieren y necesitan oír para que ellos ganen, aunque para eso haya que acomodar cosas y ser políticamente incorrecto.

Pero no es todo, como todos los héroes, López Obrador tiene su parte mitológica, poco clara y poco razonable.

Es como aquel boticario, que tiene ciertos estudios de medicina y que decide crear algunos remedios “para todas las enfermedades”. Un día encuentra a una persona enferma, que ha visitado a decenas de doctores y unos han fallado mientras otros simplemente lo desfalcaron.

Este boticario ofrece su remedio más o menos así: –¡Tengo esto que va a curarte! –¿Y qué cura? –Pues ¿Qué tienes? –Pulmonía –Pues justo eso es lo que puede curarte. Tómatelo y verás.

El paciente lo toma y afortunadamente, el remedio sirve de forma relativamente eficaz. Su fama comienza a extenderse y a unos cura, pero a otros no. Los sanados, esparcen la voz por 18 años, hasta que el boticario es el más conocido del país, aunque no necesariamente el mejor. Muchos, la mayoría, creen en él sólo por lo que han oído pero no porque hayan tomado el remedio.

El discurso siempre es igual y si alguien le pregunta, lo critica o lo cuestiona, sólo responde: Yo safo, no entro a eso, nosotros (porque para ese momento ya ha juntado a otros boticarios con él) no somos chuecos ni corruptos como todos los demás médicos que sólo recetan para sacar dinero.

En su argumentación, el boticario saca estadísticas, datos económicos y ejemplos de cosas que otros médicos (que tampoco son todos los médicos del país) han hecho mal y a sus pacientes más graves, les da medidas temporales drásticas, porque sólo así, dice, podrán salvarse.

Sin embargo, sus principales remedios no muestran de forma clara cuál es la base de su concepción y creación. No es capaz de solventar su certeza; pero se da cuenta que no lo necesita, porque simplemente, la gente le cree y lo ha convertido en el héroe sanador que se necesitaba.

Ahora, este boticario está en el lugar más alto a nivel nacional y tiene bajo sí un poder de influencia en todos los médicos del país. Ahora tiene oportunidad de demostrar que lo que hace, realmente funciona y es de beneficio para la gente o de quedar desenmascarado como un charlatán.

De inicio, las cosas han resultado bien. Los pacientes mejoran síntomas y se estabilizan; pero los tratamientos son largos, seis años y a otros médicos, luego del tercer año, los pacientes simplemente no han logrado sanar y los han llevado al descrédito total.

Luego de oír y ver en persona a López Obrador, no concluyo que se le deba dar un voto de confianza en blanco, ni siquiera por lo que hizo en la Ciudad de México o por sus discursos contra la corrupción pasada, aunque ésta en efecto existe.

Como ciudadano mexicano, deseo que a mi país le vaya bien y para eso, es necesario que lo planteado por López Obrador funcione en su mayoría. Eso deseo, que le vaya bien; pero es una ruleta rusa entregarle una confianza ciega, aunque sus discursos tengan cierto sentido.

Andrés Manuel López Obrador le dio a México un héroe a quien voltear a ver; pero resulta indispensable medir a ese héroe y verlo como lo que es: un ser humano y un político, con todas sus implicaciones.

López Obrador necesita ser cuestionado, sacado de su zona de confort de forma recurrente, para tener enfrente su verdadera personalidad, sus verdaderos motivos y sus verdaderas estrategias; para obligarlo a recular cuando se equivoque y deje de sentirse un todopoderoso.

Tiene seis años para hacer lo que prometió y todos los mexicanos, sí, todos; especialmente, los que votaron por él, tienen el derecho y la obligación de exigirle que cumpla, de cuestionarlo cuando no lo haga, como se hizo con los anteriores.

Hoy, tiene una aceptación de 80% de la población. Eso es bueno para él, le da margen de maniobra. Como ciudadanos, vigilemos que la use en nuestro beneficio colectivo y no en el suyo personal; porque no está inventando el hilo negro en ningún rubro, pero si lo articula correctamente, tal vez funcione y eso es lo que debemos cuidar.

Además, necesitamos, como sociedad, recalcarle que ya dejó de ser el candidato de Juntos Haremos Historia y el líder nacional de Morena, por lo que debe dejar de hacer campaña cada que pisa un lugar.

¡Hasta la próxima!

Twitter: @garturocc
Facebook: Guillermo Castillo

Guillermo Castillo

Tengo 11 años de experiencia periodística y sigo aprendiendo. He colaborado para Cómo?, ABC Radio, Milenio, Diario El Popular, Radio Oro, Urbano Puebla y MVS Noticias. Hoy dirijo En Vivo Mx. El camino andado sólo sirve para dar el siguiente paso.

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