Saber comer: la mejor herencia para los pequeños

Hablar de los niños y la alimentación es hablar de perfección.  Esos diminutos seres nos llegan perfectos; sus pequeños cuerpos saben, sin que nadie se los haya enseñado, qué comer y qué no. El problema empieza cuando caen en nuestras manos adultas, que por supuesto con todo el cariño del mundo les damos aquello que nos le hace nada bien y los condena en salud para su vida adulta.

Vamos, los estamos matando de amor. Porque con todo el amor del mundo, la mamá les da una salchicha de pavo. Con ese mismo amor, la abuelita les pone un mini yogurth  de fresa (ahora ya ni tan minis) y un juguito de manzana empacado. Todo lo hacen de corazón y con una excelente intención, pero con un tremendo desconocimiento.

Invariablemente cuando una mamá con niños pequeños (2 a 5 años) entra conmigo a desintoxicación, me llega a platicar que sin problema sus hijos se toman los jugos de su protocolo o régimen sin chistar y sin hacer gestos. Jugos con rábanos, ajos, perejil, apios, etc.

¿Por qué? Simplemente porque su cuerpo reconoce el nutriente y en la inmensa sabiduría dentro de la que fuimos creados lo acepta inmediatamente y  además, lo empieza a pedir. No entra la mente en juego, como con nosotros los adultos. No hay la frase de “¿y si sabe feo?”, “¿y si me arde la panza?”, “¿no es el ajo caliente para el estómago?”.

El niño se empieza a “viciar” por decirlo así desde el sustituto de la leche materna. La leche más popular para niños, la de envase amarillo, está llena de azúcar. Y entonces empieza ahí el problema. Imaginen qué estamos haciendo con sus estomaguitos, sus sistemas digestivo e inmuno.

Empezamos a darles productos empaquetados de manera cotidiana para entonces viciar su gusto por los sabores, corromper las vías de las papilas gustativas y sobre todo hacerlos adictos al azúcar, que daña al cuerpo en más de 70 maneras, esto porque casi todos los productos del supermercado contienen azúcar como una simple manera de hacernos adictos a la compra de los mismos una y otra y otra vez.

El trabajo debe empezar desde que son muy pequeños, aunque nunca es tarde para hacerlo. Por supuesto después de los cinco años, cuando ya están acostumbrados a determinados alimentos, es bastante difícil quitarles ciertas costumbres, aunque nunca imposible.

Desde que deja la leche materna el niño puede empezar con lechadas vegetales hechas en casa. No son tardadas de hacer y son deliciosas para todas las edades. Así, nunca más necesitará una leche de bote, ni extrañará un licuado de frutas, con el cual los podemos mandar a la escuela.

Después del año, la ingesta de miel de abeja, pura y cruda, es altamente recomendable. Les da energía, eleva su sistema inmunológico previniendo enfermedades y además sacia su necesidad de la ingesta de algo dulce. De hecho este es un buen truco para nosotros los adultos también.

Para lograr niños sanos debemos tomar como referencia que necesitan una porción de fruta por una de verduras. Y el porcentaje dentro de su alimentación debe ser 70-30. Esto significa que 70 por ciento de su comida debe ser de contenido acuoso (frutas y verduras) y 30 el resto.

Darle cereales y leguminosas garantiza al pequeño el aporte de proteína que su cuerpo requiere. Ellos no necesitan –de hecho ni nosotros los adultos, salvo algunas consideraciones para deportistas de alto rendimiento- que el segundo plato sea siempre de origen animal para supuestamente garantizar la ingesta proteica. Un buen plato de arroz con frijoles les da proteína de calidad sin saturar de toxinas su hígado.

No olvidemos acostumbrarlos al agua simple. Y lo más importante: sacar de sus vidas los productos lácteos, los empaquetados y los embutidos. Esta simple acción les garantizará una calidad de vida en términos de salud más elevada. Estos tres rubros son una combinación ideal para sembrar en el niño alergias, reflujos, acidez estomacal, además de ser un caldo de cultivo cancerígeno con el paso del tiempo y la continuidad de la ingesta.

No vamos a desterrar de sus vidas lo dulce, hay numerosos postres saludables que pueden garantizar su satisfacción ante un antojo. Ni tampoco el hecho de que nunca prueben dulces, un pastel o un refresco. Lo que debemos entender y explicarles es que estas golosinas se toman en cuestiones ocasionales, como cumpleaños de amigos o fiestas,  nunca como premios porque no deben asociarlo con algo bondadoso y bueno.

Al contrario, que sepan desde pequeños que hay productos, como el azúcar refinada, que debemos limitar porque dañan nuestro cuerpo y por tanto, sólo debemos tomarlos ocasionalmente. Precisamente la hija de cinco años de edad de uno de mis maestros de trofología lo explicaba clara y contundentemente en una frase que nunca voy a olvidar: “el azúcar mata”.

Una de las mejores herencias que le podemos dejar a un niño es saber cómo comer. Nos lo va a agradecer el resto de su vida. Y tal vez no lo haga de manera consciente, pero sí gozando de una salud que será inusitada para los que vivan a su alrededor. Qué mejor regalo para un padre.

 

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