La verdad sigue afuera: The X-Files 

Jugar con la nostalgia de la gente puede ser un arma de doble filo, se hacerse mal hordas de fans pueden explotar en contra de quien haya agredido el objeto de sus afectos y la cosa puede terminar mal, siendo un ejemplo claro la ira que todavía expresan gran parte de los fanáticos de Star Wars por las precuelas de la saga que salieron hace unos 15 años.

Pero cuando las cosas se hacen bien no sólo se tendrá a los seguidores contentos, sino que incluso se puede lograr ese sentimiento como si el tiempo se hubiera congelado, que no pasaron 13 años desde que nos despedimos de esos personajes que tanto llegamos a querer, y que simplemente acaban de pasar unos tantos días.

Esta fue la emoción que me dejó el estreno de los nuevos episodios de The X-Files. He de confesar que aunque de pequeña fui muy fan -al grado que, si la memoria no me falla, fue la primera serie de “adultos” que me obsesionó-, nunca he visto el final de la serie. Por años no tuve el corazón para ver en qué habían decidido terminar la historia de los dos agentes del FBI que, muy literalmente, me quitaron el sueño por mucho tiempo.

Ahora, más de una década después, y ya con más cosas en la cabeza, me acerqué con miedo a esta nueva saga, la cual contará sólo con seis episodios. El riesgo de caer en la exageración, o incluso que la trama ya no fuera tan llamativa después de años de historias basadas en teorías de la conspiración, extraterrestres y seres fuera de lo normal, me hizo tener mis reservas.

Eso fue, hasta que presione “play”. La primera escena es un resumen muy rápido de la trama de la serie, la voz de Fox Mulder describiendo su interés por lo sobrenatural, su relación con Dana Scully y su trabajo en el FBI. Voz en off, y sólo fotografías. Hasta ahí bien. Y de pronto todas las reservas que pudiera tener fueron tiradas por la ventana cuando apareció ese intro, esa secuencia de créditos que me trasladó a mi cuarto de la infancia, a un tiempo más sencillo. De ahí en adelante nada más importó, fui transportada a un lugar donde las críticas eran lo de menos, y sólo queriía sumergirme en este mundo que, sin darme cuenta, había extrañado.

Tanto David Duchovny como Gillian Anderson se reencontraron con los personajes que los puso en el mapa y pareciera que habían regresado a casa. Los dos se ven tan naturales en la piel de los dos agentes que son la pareja dispareja por excelencia. Él en busca de algo en qué creer, y ella escéptica hasta el hueso. En el primer capítulo incluso la propia Scully describe su relación con su compañero como la cosa más difícil de su vida; y sin embargo, siguen juntos, platónicamente pero juntos.

Ahora bien, si tienes a dos personajes que podríamos, digamos “épicos”, de la cultura popular, una serie que marcó un época, y pocos capítulos para contar una nueva historia, viene la gran pregunta: ¿Cómo revivir la serie sin matarla en el proceso?.

Sencillo: haz que todo lo que se ha creído de la serie cambie de manera radical. No puedo dar muchos spoilers, porque de verdad ese gran twist que plantea el primer capítulo es lo que hace que la espera de 13 años valiera a pena, aunque también hace que uno maldiga el nombre de Chris Carter por darnos sólo seis capítulos.

He de ser sincera, aunque el primer capítulo es el que plantea el centro del problema de esta miniserie, el segundo episodio -además de ser pocos nos dieron dos en una misma semana-, parecía sacado de la saga original. Fuera de un par de arrugas más en los personajes y el hecho de que hay teléfonos celulares es lo único que hace parecer que es nuevo, lo cual, a mi parecer, lo hizo más sabroso.

Sólo nos queda esperar los cuatro -SÓLO CUATRO- episodios que faltan, disfrutarlos y poner algunas veladoras a los santos para que “por obra y gracia divina” decidan extender esta nueva saga, porque en un tiempo de tanto caos, crisis y manipulación, nos hace falta una serie de este tipo que abone a la paranoia social.

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