Amor es amor

Nota del Editor: Los comentarios aquí vertidos son responsabilidad directa de su autor y no reflejan la opinión de En Vivo Mx.

Por: Mónica Franco

¿Es posible medir de alguna manera si una sociedad tiene o no un gran corazón? Creo que las manifestaciones públicas de amor serían un buen referente para saberlo.

Una verdadera democracia permite la libertad de caminar tomados de la mano, abrazarnos y besarnos bajo el cálido sol o la brillante luna, de amarnos independientemente de nuestro género, condición económica o política.

Entre más parejas veamos demostrándose su amor, conoceremos el tamaño del corazón de una ciudad: así sabremos si sus leyes velan por el derecho que tiene cada persona de vivir públicamente su identidad sexualidad.

El rostro —ya generoso, ya sórdido— de quien observe esas exhibiciones de amor nos dará un parámetro del tamaño de su corazón.

Tenía 12 años la primera vez que vi besándose a dos maestras, en una fiesta de cumpleaños. Debo decir que ya lo esperaba por la manera en la que se miraban en los recreos escolares.

Mi profesor de sexto año de primaria se veía más guapo cuando tomaba de la mano a su amigo, que lo acompañaba cuando me llevaban a los concursos de aprovechamiento escolar. Ahora sé que se veía más atractivo porque estaba enamorado. 

Cuando gané un concurso nacional y me convertí en el mejor promedio escolar del estado de Puebla en 1989, mi maestro y yo fuimos premiados por el entonces presidente de México. La semana que nos hospedamos en el Comité Olímpico Mexicano, en la Ciudad de México, mi maestro fue el más popular entre los docentes que llegaron de toda la república.

Creo que haber sido gay en los noventa no era tan complicado como ahora, al menos no para él. Siempre estaba guapo y sonriente. Le gustaba viajar, en especial a Cuba, quizá los mulatos eran sus predilectos. Sé que baila ahora unas rumbas sobre el arcoíris en el cielo, recientemente falleció.

Tenía 17 años cuando me enteré de que mi primer ex novio se refugió en los brazos de un maduro cocinero. Después huyó del pueblo, cuando las puritanas voces lo señalaron como bisexual.

Tenía 18 años cuando una amiga enamoró a una vendedora de jugos cuyo esposo migró a Estados Unidos. Nunca aceptaron lo que sus corazones sentían, pero sus miradas las delataban cuando cantábamos y bailábamos “Azúcar Amargo”, de Fey, en la discoteca de moda de Atlixco. El migrante regresó y mi amiga decidió ser madre soltera.

A los 19 años, un compañero de la universidad me tomaba del brazo y así llegábamos a la entrada de algún café, en donde su novio lo esperaba. Procuraban no caminar juntos por las calles del centro histórico de Puebla porque les chiflaban con desprecio; mi compañero tenía un hermoso compás de caderas.

Una década después, un joven estilista que era mi vecino, me confesó que le gustaba mi pareja de ese tiempo, un bailarín al que le trenzaba su cabellera estilo Snoop Dogg. Nos hicimos amigos y lo acompañamos a su primer desfile de pasarela gay. El bailarín partió para reencontrarse a sí mismo y el estilista ahora es una de las mejores Drag Queen de Puebla.

En mi paso por el periodismo, tuve colegas con quienes compartí, además de la vida noticiosa, su vida privada; ellos y ellas saben quiénes son y cómo los admiro y respeto por mostrarme que el amor es amor.

Sus relaciones están basadas en el mismo reconocimiento del uno al otro como ser humano, y no en un erotismo ciego, como lo suponen las personas de pensamiento restringido.

Platón, Cicerón, Sócrates y los estoicos griegos, cuyos tratados forman parte de las cátedras sobre la moral y la legalidad, consideraban valiosas, para el desarrollo del pensamiento humano, las relaciones románticas entre personas del mismo sexo.

Creo que en esta era, los vínculos eróticos no tendrían que regirse por lo que la sociedad dicta que debe desear un hombre o una mujer; algunos o algunas podrían sentir, o bien una profunda frustración si sus íntimos deseos no se satisfacen, o bien una profunda vergüenza si se colman.

¿Por qué continuar ignorando los relatos sobre el apasionado anhelo de los amantes del mismo sexo y el identificarnos con sus esperanzas y sus angustias?

Quizá, al escucharlos, nos demos cuenta de que no son tan ajenos a quienes tienen exclusivamente relaciones heterosexuales; y que su Eros no es un sinrazón o solo un instinto, sino un deseo de dos personas de colmarse de placer y éxtasis en todas las empresas de sus vidas. 

Amor es amor

¿Puede una lengua que recorre la piel atravesar el corazón?

¿Y si ese corazón es del tamaño del sexo?

¿Y si ese sexo es el de un hombre que ama a otro hombre?

¿O el de una mujer que ama a una mujer?

Si quisiera así tu corazón abriría tu pecho con mis diez dedos. Sin sacarlo de tu cuerpo lo lamería hasta que se inflamara de placer, así sería tan grande como el mío y saciaría mi sed de ti.

Mónica JFranco

Redacción

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