La familia no nace, se hace

Después de la sobremesa nos fuimos a la sala para reflexionar acerca del nacimiento de Jesucristo y repartir regalos. Mientras lo hacíamos, me asombré.

Por Carlos Castro

Ayer tuve la maravillosa oportunidad de pasar el festejo de navidad en “Ayúdame a Sonreír AC”, un albergue al que atiendo como psicólogo. Las chicas y yo jugamos básquetbol con un balón y tablero nuevos, rompimos piñatas y me sirvieron dos platos de cena. Ellas mismas prepararon la comida, el postre y los buñuelos.

Después de la sobremesa nos fuimos a la sala para reflexionar acerca del nacimiento de Jesucristo y repartir regalos. Mientras lo hacíamos, me asombré por causa de dos pensamientos.

El primero: soy parte de una generación que cree cada vez menos en la familia. No solo hablo de la navidad, sino de esa estructura social vital. Hablo acerca de los lazos de sangre y afecto. Me doy cuenta de la moda insana que corre por las calles, anunciando independencia barata. Veo cómo los jóvenes se sonrojan al hablar de sus padres, cómo huyen de sus casas, cómo está costando que los quieran. En estos días de fiestas y convivencias, noto mucha distancia entre algunos familiares -por supuesto que los hay afectuosos y cálidos también-, más apatía, menos motivos para buscarse o hacer el esfuerzo de permanecer unidos.

El segundo pensamiento fue conmovedor y alegre. Me vino cuando escuché a las chicas del albergue expresando su cariño, cuando leí las cartas que me regalaron y cuando me servían el ponche o me compartían sus dulces; y se afianzó cuando dos de ellas se abrazaron, se despegaron del piso, y se dijeron “tú eres mi hermana”. También me tomaron de las manos para hacer una oración de agradecimiento a Dios. Este segundo pensamiento fue claro: esto es una familia. Ellas luchan cada día para evitarse discusiones. Ellas se confortan en los momentos tristes. Ellas se preguntan cómo están y se recogen los platos, unas a otras, en la cena.

Es que ellas saben lo que vale una familia.

He trabajado en la asistencia social durante años, y he escuchado a muchos niños huérfanos decirme cuánto quieren una. A veces, soy un depósito de sueños. Guardo el llanto de muchos pequeños, los deseos de un padre y de una madre, carencias y expectativas. Guardo el anhelo de muchos niños, el anhelo de una familia. Y cuando uno de estos niños o niñas adoptan a una familia, su vida cambia, para bien, por muchas razones.

Por ello creo que el cambio “grande” comienza con buenas familias, seguras, unidas pero no apretadas, sensibles, desahogadas y rectas. Familias intencionales.

Toma parte en el estado de la tuya, cuídala, vale mucho. No te rindas, no te acomodes, no te quedes pasivo. No la veas como algo cotidiano sino como un regalo, como una misión y como un sueño.

Y como algo frágil, y como algo que tú eliges.

Porque la familia no nace, se hace.

Carlos Castro

Creo en el cambio y lo busco con intencionalidad, por ello hice la licenciatura en Psicología (Xalapa, Veracruz) y estudié la maestría en Psicoterapia (Cancún, Quintana Roo). Fue increíble trabajar para el Estado de Nuevo León durante 2014-2016 como Supervisor de proyectos sociales, Psicólogo de adultos mayores, y atendiendo a la selección deportiva estatal. En 2016 volví a Xalapa para coordinar el departamento de psicología de la Casa Hogar del estado de Veracruz, de la cual me retiré como director en 2017. Actualmente atiendo proyectos sociales, doy psicoterapia y practico triatlón.

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